Cioran. En pocos términos; aburrido, cíclico, hiperpesimista, subjetivo y, por tanto, irreal. Hay personas que dicen deprimirse al leer a Cioran, a mí me enojó. Poseo un temperamento muy fuerte como para entristecerme con tristezas afeminadas. 

Había recibido interesantes recomendaciones de él y por ello compré hace un año dos libros. Los tomé en estos últimos mes y los dejaba apenas pasadas un par de horas, siempre era la misma tesis, las mismas expresiones, la misma intención de lo que yo considero un mal escritor: martillar el cerebro con lógicas simples para vivir en una casa de paja que cae apenas pasado un ligero viento. Los títulos de sus ensayos ya me daban una mala espina: el sinsentido del devenir, la imposible verdad, inconsistencia del ser humano, la insatisfacción total, etc, etc, etc... 

Ayer dejé esas lecturas y no creo volverlas a retomar. Algunas veces no me alimento como debería porque no me gusta perder el tiempo comiendo, y no perderé el tiempo leyendo las frustraciones de un escritor que exuda y promueve debilidad, que da por hecho cosas que necesitan ser investigadas, que otorga definiciones fáciles a lo complejo... Cioran es el ejemplo de la arraigada debilidad del hombre contemporáneo, del hombre que no se soporta a sí mismo, del hombre a punto de quebrarse y que intenta llevarse a otros con él... es algo así como un Paulo Coelho sentado en el otro extremo de la mesa de la mediocridad. 

Hay escritores pesimistas que muestran un grado de fuerza admirable, que su vida es casi una epopeya moderna, que mueren golpeando su desgracia y viven este pedazo de tiempo como si fuera una aventura, y saben lo que todos deberíamos tener siempre presente: la vida humana es demasiado insignificante como para quemarla en llanto.